Aunque no hay soluciones únicas, si hay caminos y mejores, siempre adaptados a la naturaleza del ser viviente. Indagar en el propio vivir y en el sentido que se da a la propia vida termina resultando imprescindible para no acabar perdido y desconcertado
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MI CORAZÓN DE NIÑO…
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"La única manera de lidiar con este mundo sin libertad, es volverte tan
absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión" Albert
Camus ¿E...
Cuando era más joven pensaba que la noche unía en un abrazo invisible a los amantes, a todos aquellos seres que se aman pero que, por diversas razones, no pueden unir sus manos al asomar las estrellas.
Y pensaba que la luna era como una maestra de ceremonias que daba fe del profundo y sincero amor de los amantes.
Y ahora que reparo en ello... ¡aún sigo pensando lo mismo!
Al sentarme en el sofá, frente al televisor, me detengo en una película que hace rato comenzó. “La canción del marinero”, de Klaus Härö, del año 2022.
Es una de esas películas calificadas como lentas porque no se suceden escenas de asesinato, persecuciones, venganzas, traiciones amorosas, o escenas de sexo, con la suficiente abundancia y celeridad. En un mundo que ya no sabe vivir sin acelerarse, aunque no conozca la razón y el fin para actuar así, una película sin esos ingredientes es lenta y aburrida. Para una persona muy sensible, la lentitud no tiene por qué desembocar en el aburrimiento. Incluso puede convertirse en una experiencia emocionalmente muy enriquecedora. Todo depende de cómo sentimos y de qué buscamos en la vida.
Y sin embargo, he hecho referencia a una película dramática. Tiene el “defecto” de detenerse en los silencios que dejan los diálogos, de correr lenta en los gestos de los personajes, de hacer que estos se resuman en un movimiento que parece no resistir el paso de los segundos…
Y sin embargo esta lentitud me congracia a mí con la vida. Me permite ver más allá del rostro y alcanzar el alma de los personajes. Puedo captar sus emociones en el dibujo que trazan sus manos, su rostro, sus pies, sus labios al hablar, su voz y hasta el parpadeo de sus ojos…
Afortunadamente, esta solemne lentitud llena de gestos me vuelve permeable hasta el punto de empaparme de las emociones que se transmiten en la acción (lenta acción) Me regala el tiempo suficiente para vivir otras vidas en mí vida, y comprender lo que es ajeno a mi propia vida… Aunque comprender a quien no soy yo me permite reconocerme a mí mismo.
Las personas muy sensibles no desahogamos el dolor, ni nos evadimos, consumiendo retratos de situaciones violentas. Mucho más habitual es que necesitemos vivir profunda y serenamente lo que sentimos, y que lo hagamos a través de conectar intensamente con el alma de aquella realidad sincera y natural con la que podemos empatizar y en la que podemos sumergimos. Si, como creo, todo lo que existe tiene alma, nos resulta muy fácil sintonizar con alguna realidad cuya esencia vibra al mismo ritmo que nuestras emociones.