Aunque no hay soluciones únicas, si hay caminos y mejores, siempre adaptados a la naturaleza del ser viviente. Indagar en el propio vivir y en el sentido que se da a la propia vida termina resultando imprescindible para no acabar perdido y desconcertado
Me pregunto
si acaso el amor y la vida
recorren caminos paralelos;
inciertos caminos
que solo desde la desnudez
pueden ser reconocidos…
Senderos que únicamente
desde la más auténtica
de las humildades
me permiten ver
mi auténtico destino.
Sin saber por qué
me digo que solo así
mis ojos serán capaces de ver
el verdadero paisaje
de mi vida… de mi amor…
¿Qué esencia me define…?
¿Qué voluntad me mueve…?
¿Qué brazos se abrirán
para que encuentre en ellos
el amor y la paz?
Me desnudo, vida mía…
Me entrego a ti sin condiciones.
Tómame y moldea
con mis risas y mis lágrimas
el trazado incierto de mi travesía
por este extraño mundo…
Ábrete a mí, bella rosa,
dame tu amor
y yo te daré mi canto:
la esencia de mi sangre
y la profundidad de mi voz.
Llegará el día
en el que yo sea ceniza,
y mi alma se alegrará
porque es inmortal
y será liberada del cuerpo.
Pero mi corazón llora,
pues lo que aquí soy,
lleno de dudas y certezas,
salpicado mi tiempo
tanto de alegrías
como de tristezas,
jamás lo volveré a ser.
Nunca volveré a ser
el que ahora soy,
y nunca más hallarás
al que hoy encuentras.
Una puerta se abrirá,
mientras otra se cierre.
El olvido no existirá,
como no subsistirá el recuerdo.
No podre añorar
lo que hoy ya extraño.
Más consistirá
en una serena despedida,
a la que seguirá
un luminoso despertar…
En nuestra asfixiante necesidad de seguridad nos convertimos en seres que aman lo tangible, y nos refugiamos en lo que la ciencia y la razón pueden probar. Es tan estrecho ese margen de actuación que elegimos esforzarnos en ser más que los demás en cuestiones realmente insustanciales, para brillar como nadie antes ha brillado: ¡un camino que lleva a la autodestrucción! Pero la competitividad se ha apoderado de nuestra vida, y en lugar de mejorarla, la ha empeorado mucho más.
Porque buscar refugio en la razón, en lo tangible, en lo que nuestros sentidos pueden reconocer, en consumir y en competir, es fruto de nuestro enorme miedo a vivir, a morir, a ser ignorados, a no ser amados. Y en especial, a nuestro pánico a amar sin ser amados. Esta opción es una alternativa que ciertamente nos aleja del dolor de la decepción pero que nos acerca a la frustración de la continua renuncia. ¡Desgarradora opción…!
Esta humanidad que vive en sociedades supuestamente desarrolladas, y sin embargo tan equivocadas, comprenderá algún día que la luz está dentro de nosotros, pero que no puede ser vista con los ojos de la razón. Y comprenderá que nuestra luz solo es una luz más entre millones y millones de luces más. Una luz que apagamos al renunciar a vivir lo que realmente somos, al ser vencidos y sometidos por el miedo.
Tan apegados estamos a lo material que nuestro espíritu parece algo mágico y engañoso. Y, sin embargo, es la luz y el camino a la verdad suprema, al amor que todo lo inunda, al viento que nos guía suavemente hacia nuestro auténtico destino. Lo cierto es que esta magia nos hace volar, y en ese vuelo encontramos el amor, el único que realmente puede ser llamado así.
Somos seres de luz, como seres de sombras también somos. En nosotros viven ambas realidades, pero solo nosotros elegimos cuál de las dos nos definirá. En nuestras manos llenas de vida queda todo… ¡Seamos, pues, sobre todo luz!
De tiempo en tiempo me pregunto si algún día nos volveremos a encontrar, y si así fuera, si nos atreveríamos a mirarnos a los ojos, o si nos abrazaríamos… si volveríamos a sentir el calor de nuestros cuerpos temblando de emoción.
Perdido en mis pensamientos me pregunto si seríamos capaces de volver a vivir la locura de un sueño de amor tan bello. Uno que, alimentado por nuestra fortaleza, no tuviera final.
¿Dejaríamos que nuestros corazones se consumieran en el fuego que ya los incendió? ¿Pondríamos todo nuestro empeño en vivir lo que realmente sentimos? ¿O una vez más seriamos prácticos y no nos complicaríamos la vida? ¿Vivir un arriesgado sueño… o sobrevivir como barcos a la deriva en un mar infinito que nunca será nuestro?
Pero la pregunta que, tal vez, encuentro más difícil de contestar es la que despierta en mí cierta desazón: si nos propusiéramos recuperar aquel sueño perdido en la noche de los tiempos, ¿podríamos volver a ser aquellos seres que llenos de inocencia se entregaron sin límites ni control? ¿Podríamos volver a ser los mismos?
Yo creo que sí, que siempre sería lo mismo… porque nunca podremos dejar de ser quienes realmente somos. Y nunca podremos dejar de experimentar y vivir el amor que sentimos.
Nadie puede luchar contra su destino sin resultar gravemente herido. Nadie puede dejar de sentir un profundo dolor cuando renuncia a vivir lo que ama. No tengo dudas de que la dicha siempre ilumina la vida, y da sentido a todo, cuando nos atrevemos a vivir tal como somos.
El problema más grave nunca surge cuando nos atrevemos a vivir lo que somos y lo que sentimos. Estamos condenados a ser quienes somos en un mar de dificultades que solo puede ser afrontado con serena confianza y sinceridad. Y aunque no resulta fácil, siempre será mejor que vagar perdidos y heridos por un mundo en el que siempre seremos dos extraños… Nunca será nuestro mundo mientras no tengamos el coraje de construirlo.
Los recuerdos iluminan los rincones de mi mente…
Recuerdos borrosos, como acuarelas,
de cómo éramos.
Imágenes dispersas de las sonrisas que dejamos atrás…
Sonrisas que nos regalamos el uno al otro
por como éramos.
¿Será que era todo tan sencillo entonces,
o el tiempo ha vuelto a escribir cada línea?
Si tuviéramos la oportunidad de hacerlo todo de nuevo,
Dime… ¿Lo haríamos? ¿Podríamos?
Los recuerdos pueden ser bellos,
y sin embargo, ¿qué resulta tan doloroso de recordar?
Simplemente, elegimos olvidar.
Por lo tanto, las risas serán
lo único que nos traerá la memoria
cada vez que recordemos
cómo éramos…
Como éramos...
El amor es primavera… Y el amor, vivido desde la inocencia, el entusiasmo de la llegada de la primavera, es la alegría de vivir, es la razón misma de existir, la felicidad ilusionada y, a la vez, serena. Una felicidad que, es cierto, también puede amanecer gravemente herida por la realidad pero que lleva en su entraña el bálsamo y la luz de la sanación. Allá donde el amor se alía con la inocencia, da lugar a un luminoso existir, a una excitación difícil de explicar, a un amor inigualable, inalcanzable. Auténtico éxtasis…
El amor es un sentimiento de profundidades. La inocencia es un estado que solo puede surgir desde la más sincera autenticidad, desde lo más profundo y expuesto de nuestro ser. Amor y sensibilidad remiten a un ser que nace y se extingue en sí mismo, abarcando todas las realidades desde su misma esencia.
Hace poco más de dos meses dejaba escrito, en un poema publicado en otro blog, lo que considero que es el rastro que persigo, y esencia de vida. Una esencia inmutable, invariable, que permanece alojada en el alma toda vida, y que aflora impetuosa mientras no renunciamos a ella, mientras no nos avergonzamos de su existencia, y no la mantenemos oculta hasta olvidar que, en síntesis, en ella se resume nuestra verdadera identidad. ¡Divina inocencia!
¡Insisto! ¡Insisto! ¡Insisto! No dejo de insistir en la importancia de la sensibilidad. ¡Es la clave! Es la llave maestra para deshacer todos los nudos gordianos que asolan a la humanidad. Y es la llave maestra para la felicidad individual. Y no se trata de vivir algo que no se siente, que eso sería una falsedad. Se trata de no coartar la sensibilidad que forma parte de cada uno, sin avergonzarse, sin ocultarla, sin anularla… Lo dejo escrito o lo insinúo de muy diferentes maneras tanto en mis pequeños ensayos como en mis poemas.
Y esa sensibilidad es el tesoro más preciado que busco en cualquier ser humano. Por ejemplo, como expresaba en este poema publicado en otro blog:
“Es ahí donde busco
los etéreos rastros
de tus esencias.
Allá donde nadie mira…
Allá donde nadie más que yo
te encuentra.”
Emilio Muñoz
(De “Te busco…”, 2025)
Al contrario de los caminos que nos atraen en estos tiempos, el camino del amor y la inocencia nos reclama la lentitud, abrirnos a las infinitas sensaciones que nos convocan, desde fuera y desde dentro (todo uno), dejarnos llevar por las emociones tal y como surgen, meditar sobre lo patente y sobre aquello que se diluye en el laberinto de lo aparente… y ser. Ser esencia pura… agua cristalina recién nacida en el manantial de la vida.
Amor y sensibilidad para vivir plenamente desde uno mismo…
En nuestra agobiante necesidad de seguridad nos convertimos en seres que aman lo tangible, y nos refugiamos en lo que la ciencia y la razón pueden probar. Es tan estrecho ese margen de actuación que para sentirnos bien nos conformamos con ser mejor que los demás o brillar como nadie antes ha brillado: un camino que lleva a la autodestrucción. Pero la competitividad se ha apoderado de nuestra vida, y en lugar de mejorarla, la ha empeorado mucho más.
Porque buscar refugio en la razón, en lo tangible, en lo que nuestros sentidos pueden reconocer, es fruto de nuestro enorme miedo a vivir, a morir, a ser ignorados, a no ser amados. Y en especial, a nuestro pánico a amar sin ser amados. Es una opción que ciertamente nos aleja del riesgo de la decepción pero que nos acerca a la frustración de la continua renuncia.
Esta humanidad que parece tan equivocada comprenderá algún día que la luz está dentro de nosotros, pero que no puede ser vista con los ojos de la razón. Y comprenderá que nuestra luz solo es una luz más entre millones y millones de luces. Una luz que apagamos al renunciar a vivir lo que realmente somos y deseamos, al ser vencidos y sometidos por el miedo.
Tan apegados estamos a lo material que nuestro espíritu nos puede llegar a parecer algo mágico y engañoso. Y, sin embargo, es la realidad más auténtica y el camino más directo a la verdad suprema, al abrazo que todo lo sana, al amor que todo lo inunda, al viento que nos guía suavemente hacia nuestro destino…
Somos magia. Una magia que nos permite volar. Si tenemos el valor de iniciar ese vuelo encontramos el amor, y nos convertimos en abrazo.
Somos seres de luz, si bien en nosotros viven sombras que no nos pertenecen. Solo nosotros elegimos cuál de las dos realidades nos definirá.
La sensibilidad es a una persona lo que las velas a un velero: sin sensibilidad no percibimos las emocione y, por extensión, la vida. Cuando falta el viento de la sensibilidad, la vida se detiene, como se detiene un velero.
Necesitamos desplegar nuestra sensibilidad para sentirnos vivos, para llenarnos de luminosa vida, para degustar y compartir la hermosura de todo lo bello y bueno que tenemos la fortuna de encontrar...
Pero nuestra sensibilidad necesita el viento de la libertad y la dedicación para poder desplegarse. Si el miedo coarta nuestra libertad y entrega, nuestra sensibilidad enmudece, y dejamos de ser tal y como somos para reproducir un modelo que oculta nuestra verdadera personalidad y auténtica forma de ser.
Es cierto que el miedo nunca está totalmente ausente, y que la prudencia es una virtud que hay que cultivar con esmero e inteligencia, pero deteniéndonos en ella lo mínimo imprescindible, pues desvirtúa la razón de nuestra vida. El miedo es el peor compañero de viaje en la vida, el que bloquea nuestra emotividad, y el que ahoga nuestra vida sensible.
No hay paz sin libertad, y no hay libertad si el miedo nos domina. Si enmudece nuestra sensibilidad solo nos queda una vida en tonos grises.
Sensibilidad, inocencia, dulzura… niñez en la madurez.
La sensibilidad marca totalmente la vida de las personas que sentimos demasiado. Es algo así como vivir en una coctelera emocional, siempre agitándose.
En mi opinión, es un grave error intentar evitarlo, negándose el derecho a ser y sentir como uno realmente es y siente. Lo importante es no acomplejarse por ser y sentirse diferente. No sé es peor por tener una gran sensibilidad. Tampoco mejor. Lo mejor o peor que somos lo marca nuestro comportamiento: el bien o el mal que hacemos, empezando por el que nos hacemos a nosotros mismos.
Pero sentir demasiado intensamente tiene es problema, el de ser continuamente zarandeados por nuestra sensibilidad. Y como digo, no veo la solución en enfriar nuestra emocionalidad, pues eso supone reprimirnos, ser censores de nuestro real ser.
Yo solo encuentro una opción válida para mí, que no es sencilla (¡pero qué es sencillo en esta vida!). Entregarme… Rendirme… Dejarme llevar por ese torrente emocional que siento. Y desarrollar mi personalidad de tal manera que sea lo suficientemente fuertes como para poder moverme suficientemente bien dentro de la corriente, soportando los golpes inevitables, sabiendo que siempre habrá un mañana que puede ser mejor si busco, aprendo, actúo y vivo.
Amar demasiado es demasiado duro. Es poner la coctelera al máximo de revoluciones… Hay que ser demasiado fuerte para soportar las tensiones que se crean, y se corre el riesgo de romperse, de terminar destrozado. Por esta razón, muchos psicólogos y consejeros lo desaconsejan: su opción es que hay que evitarlo.
Mi solución no contempla la huida. Pues esto significa realmente huir de uno mismo, algo que jamás se debería aceptar. Mi propuesta, para mí, es alcanzar el ojo del huracán, y disfrutar de la paz que allí se vive, por efímera que pueda ser, sin olvidar que todo puede acabar tan rápidamente como comenzó.
Tal vez se pueda entender, por lo que digo, que acepto una experiencia efímera. No es así. Y los amantes que se aman demasiado tienen una alternativa, por difícil que sea: seguir al ojo del huracán en su recorrido, para no salir de él. Aguantar y disfrutar de la fascinante experiencia que supone un amor estratosféricamente vivido. Porque el ojo del huracán es el paraíso del ser emocional en este imperfecto mundo. Algo inigualable… de dos, con dos.
Creo, ciertamente, que nada se puede igualar a esta maravillosa y loca aventura. Loca… pero ¿qué vinimos a vivir a este mundo?
Pasar por una situación traumática es realmente complicado. No solo porque se pasan días horribles llenos de desolación sino, también, porque mina la personalidad y confianza del ser humano y puede dejar secuelas difíciles de superar, entre ellas un cambio de carácter que dañe a terceros. Todo depende de la “reconstrucción” posterior, y de la recuperación de la indispensable confianza.
Hablando de mi propia experiencia, hay tres puntos de apoyo que considero decisivos para superar sanamente un trauma serio.
El primero, no avergonzarse ni sentirse culpable. Jamás intentar disimular la situación porque eso lleva al aislamiento y, con ello, reducimos considerablemente las posibilidades de soportar y superar la situación traumática. Es cierto que en nuestra extraviada sociedad actual hay que dar la imagen de felicidad cada día y durante todo el día. Pero este es otra inútil cruz que nos hemos impuesto, que no tiene sentido alguno, y que nos daña enormemente siempre, no solo al pasar por un trauma.
El segundo, no perder nunca la esperanza de que llegará un día en el que volverá a salir el sol. En otras palabras, no perder la esperanza mientras se está sufriendo una situación que, vivida día a día, puede parecer que jamás se acabará y llegar a ser insoportable.
Esto no quiere decir que haya que pensar que será fácil superar el trauma, que la esperanza en el mañana nos hará menos traumático el presente. Eso es engañarse. El dolor hay que pasarlo, por desgracia, y podemos llegar a sentir que nos acorrala hasta creer que no podremos soportarlo más. Hay que reconocer que el presente no presenta alternativas, solo soportar los días más oscuros, y confiar a ciegas en el futuro, esperanzados. Esto es lo que se llama resiliencia. “Palabro” muy de moda desde hace ya bastantes años y que no siempre se utiliza con buen criterio.
Tal vez nos pueda resultar útil pensar si no perdemos la esperanza, y si no nos entregamos a una respuesta “vengativa” con la vida. Cuando hayamos superado tan difícil prueba nuestra vida será mejor en todos los aspectos, y hasta límites insospechados. El amor a la vida nos puede llenar completamente, como el deseo de ayudar a otros, la templanza con la que nos tomamos las nuevas dificultades, la serenidad y seguridad en el vivir, la profundidad que se puede alcanzar en la interpretación de la vida y el sentido que le damos. Es cruel decirlo, pero superar un trauma nos puede hacer personas mejores y más sabias.
El tercero, apoyarse en los seres queridos o en aquellos que nos quieran ayudar desde la humildad y una sana entrega. Me refiero a los seres con los que existe una relación realmente estrecha y sentida, o son particularmente generosos. Con estos seres podemos desahogarnos y apoyarnos todo lo que necesitemos, hasta casi volverles la vida imposible. Pero aguantarán por el amor profundo amor que nos tienen o por su gran fortaleza. No pasarlo solos es imprescindible para superar un trauma sin destrozarnos la vida.
Esto no quiere decir que desahogarnos nos sane. Rotundamente, no. El desahogo solo nos ayuda a aliviar un poco la enorme losa del dolor. Y será momentáneo, nada duradero. Así que es importante recurrir insistentemente a esos seres queridos y generosos, explicarles abiertamente cuánto y cómo sufrimos, y decirles que necesitamos que nos soporten mientras dura el duelo.
Cualquiera nos dará mensajes llenos de buenas razones, incluso de sabiduría. Serán mensajes justos, proporcionados y que indican el buen camino. Pero no nos engañemos. En mitad de una situación traumática, la razón no nos sirve de nada. El dolor está ahí, indiferente a las razones que nos den o nos demos a nosotros mismos. Sencillamente, hay que pasarlo, y aparcar esos consejos recibidos para cuando amaine el temporal. En esos momentos todos los consejos empezarán a ser útiles. Y, por cierto, en esos momentos, no en mitad del duelo, estos consejos que doy serán realmente útiles. Mientras tanto solo servirán para aliviar algo y para no caer en una depresión. O, también, para prepararnos mejor para un posible trauma…
Un apunte adicional: no creo en los héroes que dicen superar los traumas con fortaleza mental o espiritual. Si se supera con relativa facilidad un trauma, es que no lo es, por mucho que se diga lo contrario. No existen los héroes en relación a los traumas, solo seres humanos que tienen, y hemos tenido, que superar como mejor se puede algo que, por supuesto, no es vergonzoso.
A todo el que vive una situación traumática le digo que no pierda la esperanza, que resista el sufrimiento, que llegará un momento de algo que podríamos llamar “recompensa”. Toda mi comprensión y mi apoyo.
Y aprovecho para dar las gracias a quienes me ayudaron a mí. Gratitud humilde, sincera e infinita...
Yo he vivido muchos momentos así, en los que siento que dejo de ser yo y paso a formar parte del entorno y del universo.
Siempre ocurre cuando menos lo espero: mi alma manda. Son momentos en los que soy puro sentimiento, y experimento la embriagadora plenitud de vivir.
Y aunque Millás, y yo mismo, lo intentemos expresar con palabras, sobran la mayoría de ellas. Con unas pocas pinceladas lo reconocemos, nos sentimos irremediablemente atraídos, nos perdemos… Y solo volvemos a sentir, olvidados de todo.
“El momento en que decidimos ir en busca de la cinta perdida
fue como si de pronto todas las nubes se hubieran despejado
y no hubiera más que risa y diversión ante nosotros”
“La muerte era nuestro destino inevitable.
Pero, mientras estemos vivos, es importante encontrar
algo que nos haga sentir vivos”
Kazuo Ishiguro (1954 - …)
Fuente: internet
Este es el título de un libro que acabo de conocer, y ni siquiera he leído. Un libro del premio nobel de literatura Kazuo Ishiguro (1954 - …) La cuestión es que solo conocer el argumento me ha metido en un bucle de profunda reflexión… y descubrimiento. Y es que a veces necesitamos algún tipo de disparadero para avanzar o para ser conscientes.
El tema del libro me ha parecido fascinante, algo sobre lo que deberíamos reflexionar. No me refiero solo a la temática que expresamente toca, sino a todo lo que implícitamente se cuestiona, a nivel social y existencial (el que más me interesa)
Me ha llevado a preguntarme en qué consiste la vida, qué significa vivir y estar vivo, qué es aquello que me permitiría otorgar la condición de vida (o ser vivo) a algo o alguien. Y solo tengo un criterio: sentir, tener sentimientos, especialmente ser capaz de amar, el sentimiento supremo; aquello que, además de otorgar la condición de ser vivo, nos proporciona la más bella experiencia que un ser puede vivir.
Recuerdo una película (pero no su título y datos) que trataba sobre el amor surgido entre un solitario ser humano (hombre) y la inteligencia artificial que daba soporte a su vida (voz de mujer). También me pareció fascinante la historia, pues da con la clave de lo que nos lleva a enamorarnos: ser tratados con respeto y confianza, ser cuidados y protegidos, ser escuchados (y escuchar), comprobar que se desea nuestra compañía, que es motivo de alegría… y derrochar infinita ternura en la forma de tratarnos. ¿Cuántas veces evitamos reconocer que necesitamos sentirnos amados? Me asusta pensarlo…
Fuente: internet
Al escribir esto pienso en los miles y miles (no sé si millones) de relaciones amorosas que terminan fracasando, o en la insatisfacción de una vida sexual de pareja que se resume en el más primitivo acto de intercambio placer. Compartir es, o debe ser, algo más para que nos sintamos dichosos. ¡Necesitamos que sea algo más!
Y si sigo profundizando llego a preguntarme cuántas vidas y relaciones se malgastan al no entender lo que realmente significa vivir y amar; y el daño terrible de conformarse con algo que nunca hará sentirse plenos y dichosos a los amantes. Por no hablar de todas aquellas personas que terminan renunciando al amor más bello y deslumbrante por miedo o por una simple actitud acomodaticia.
Lo pienso y lo pienso... y creo sentir un oscuro abismo en el ser humano que lo aleja de su felicidad. La vida puede ser fascinante. ¡Tiene ese potencial! Pero… nosotros somos los que la hacemos dura, sombría y triste.
Solo es válida una alternativa: amar la vida y lo que en ella encontramos, entregarse con sana pasión, hacer de la ilusión la principal motivación, entusiasmarse… Y todo ello sin dejar de ser uno mismo, viviendo sin renuncias lo que realmente se piensa y se siente… lo que realmente se ama… a quienes realmente se ama. Aunque nunca estemos exentos de vivir momentos difíciles y dolorosos.
“¿Es mejor vivir una vida breve pero plena,
o una vida larga pero vacía?”
“No podemos cambiar nuestro pasado,
pero podemos elegir cómo enfrentamos nuestro futuro”
Solo hay un paso entre la noche y el día, entre la oscuridad y la luz… Ese paso, que tan solo el miedo puede frenar, y que obliga a elegir entre la fidelidad a uno mismo y desviarse del ser que se es. O lo que es lo mismo: vivir en paz y armonía o caer en la incertidumbre y la inseguridad.
Vivir es iniciar un largo viaje a nuestra personal Ítaca, siempre lleno de dificultades y riesgos... siempre sometidos a la incertidumbre y la inseguridad… siempre expuestos al engaño, propio o ajeno… siempre perseguidos por el agotamiento… siempre en continuo balanceo entre la esperanza y el pesimismo.
Nunca deberíamos olvidar que ese viaje finaliza cuando conseguimos encontrar y ejercer nuestra auténtica esencia humana. Alcanzado este difícil hito solo cabe ser fieles a nosotros mismos. Y cumplido este requisito imprescindible, ser leales a quienes amamos y nos aman; siempre un difícil juego de equilibrios, pero sobre el que se basa nuestra mayor felicidad.
Al final, la vida es una expedición de conquista. ¿Y qué deberíamos pretender conquistar? Nuestra propia personalidad y real naturaleza, atendiendo cuantas sugerencias nos lleguen, pero evitando las intoxicaciones de nuestra sociedad.
Nuestro entusiasmo solo despertará, y nos hará vibrar apasionadamente, cuando nos volquemos en ese empeño. Y nuestra alegría nunca será completa si no lo compartimos por cualquier medio.
Ítaca está a nuestro alcance, más allá de las sombras, esperando para llenar de luz nuestra vida.
¿Qué espina
es aquella que ignorada
por el cuerpo
mutila la garganta
y enmudece la palabra?
¿Qué poder tiene
en su afilada hoja
la vieja espina
que osa desgarrar
con el mismo desdén
la mente y el corazón?
¿Qué engañoso artificio
permite complacer al dolor
con meticulosa eficacia
en ese misterioso amor…
cuando al pretender
liberar el alma,
cualquier gesto provoca
que más profundamente
se sumerja en su maldición?
El recuerdo es ello…
el duelo inacabable
de la memoria…
LUCES...
Alvin - Passacaglia (G.F. Handel / J. Halvorsen - Piano Solo)
(por Alvin's Piano Music)
Me pregunto qué perfume
se engalana en tu pecho, mujer,
que, como adorno floral, me reclama
y me atrae hasta tu lecho,
como si la misma esencia de la vida
se despertase en mi cuando te observo.
¿Qué poder tendrán tus ojos
que impregnan mi mirada
de cálidos destellos,
como si un sol de primavera
se despertase en mi almohada
al levantar el alba?
¿Qué secreto se esconde
en la humedad de tus labios,
que convierte tu aliento
en el dulce elixir que alimenta
nuevos y fencudos anhelos?
¡Alma mía! ¡Alma mía!
Regálame, una vez más,
el secreto que se esconde
en la gravedad de tu silencio
y reaviva el encanto de ese amor
que se esconde altivo en tu pecho.
¡Qué ni un segundo quede huérfano
de este amor que inmortal
se extiendo por el universo!
¡Qué la dicha sea el abrazo que nos una,
la morada que nos cobije,
el sol que nos caliente
el agua que nos bendiga!
Amor… solo amor.
Vivido amor…
Emilio Muñoz
(autor de todos los textos sin reconocimiento de cita)