“El ser humano que no tiene música en sí mismo,
y no se mueve por la concordia de dulces sonidos,
está inclinado a traiciones, estratagemas y robos;
las emociones de su espíritu son oscuras como la noche,
y sus afectos, tan sombríos como el Érebo:
no hay que fiarse de tal ser humano.
¡Atiende a la música!”
William Shakespeare (1564 – 1616)
De “El mercader de Venecia”
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Foto de Leif Christoph Gottwald en Unsplash |
Ahora añado algo más: que esa música se puede sentir cuando transformamos cada gesto en una emoción, y cada emoción en una nota musical que resuena en nuestro interior. Es como si en el alma tuviéramos un piano y cada gesto percibido presionará una tecla concreta de ese piano. Pero no todas las melodías pueden ser agradables…
Y añado también que las almas se comunican, y no son las palabras las verdaderas protagonistas, sino esa música que se desprende de cada gesto, de cada sonido, de cada vocablo, de cada entonación… Podemos comprender el pensamiento de un ser humano a través de la palabra, pero solo accedemos a su alma cuando las almas se conectan a través del lenguaje especial de la música que desprenden. De alguna forma, el alma de otro ser humano puede llegar a tocar tan bellamente nuestra alma que hace surgir en nosotros esa maravillosa impresión.
Cuando así pensé, tal y como describo ahora, me pregunté quiénes, con su presencia y amor, hicieron desprender de mi alma las más bellas melodías. ¡Ah, bendita vida! Descubrí que las más ardientes, de entre todas las bellas, surgieron del mutuo enamoramiento: ninguna tan mágica como la que se desprende al vivir una historia de amor perdidamente enamorados. Y otra que también llega a ser fascinante, y provoca unas melodías sublimes en el alma es cuando se disfruta de la alegría y la inocencia de los niños. O cuando, sin ser niños, pude compartir la vida disfrutando del adorable espíritu de la niñez. Pocas cosas lo pueden igualar o superar. De hecho, creo que ninguna en mí…
Emilio Muñoz
Pensar y sentir
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(original autentificado)
(por Dustin O'Halloran)